La Inteligencia Emocional

Sitio dedicado al estudio de la inteligencia emocional. Guía para mejorar nuestra salud mental y sicológica, disminuir el estres, aumentar la felicidad y el bienestar.

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APRENDIENDO A PENSAR

Publicado por Gonzalo Hernandez |

Pensamiento y libertad emocional

No hay ninguna razón por la que no se pueda enseñar a un hombre a pensar.

B. E Skinner

Ya hemos mencionado anteriormente que las emociones y los sentimientos de las personas se suelen clasificar en positivos y negativos. De hecho, hay que advertir que tanto los unos como los otros son humanos y todos pueden ejercer una función positiva y adapta-dora. Sin nuestros sentimientos y emociones positivos y negativos los seres humanos habríamos sucumbido a lo largo de la Historia, pues todos ellos nos han sido imprescindibles para sobrevivir. Sin cierta dosis de agresividad, nuestros antepasados habrían muerto de inanición y sin cierto miedo habrían sido devorados por los leones. Nos referimos a emociones y sentimientos negativos si a partir de cierto punto su presencia es no sólo dolorosa, sino también perjudicial. Sentir algo de miedo cuando uno conduce a excesiva velocidad hace que levante el pie del acelerador. Sentir cierta ansiedad ante los exámenes puede llevar al estudiante a prepararse para enfrentarse a ellos. Ahora bien, si la ansiedad es extrema no nos deja estudiar, y si el miedo es excesivo puede que ni salgamos de casa. Hecha esta advertencia, seguiremos refiriéndonos a los sentimientos positivos y negativos en su aceptación más tradicional.

Perdonará el lector la voluntaria insistencia, pero, como hemos venido diciendo, el objetivo de todos los seres humanos es el bienestar físico y psicológico, es decir, sentirnos bien con nosotros mismos y con nuestro entorno o, lo que es lo mismo, procurarnos el máximo de emociones y sentimientos positivos y el mínimo de negativos. Pero los seres humanos no podemos modificar o predecir nuestros sentimientos por decreto, por simple racionalidad. No basta comprender que no debemos tener miedo a los perros para dejar de tenerles miedo. No es suficiente darnos cuenta de que de quien estamos enamorados no nos conviene para dejar de amar. Las emociones y los sentimientos no los podemos cambiar por decreto, ni siquiera bajo compromiso ante notario. Es más, con frecuencia, a lo largo de la vida, lo racional y lo emocional no están en la misma sintonía. Comprender que determinados sentimientos no son racionales, por sí mismo, no los modifica.

Sin embargo, es del todo imprescindible recordar que todo lo que sentimos depende de algo. Depende de «aquello que pasa por nuestra cabeza». Depende de lo que pensamos. «Aquello que pasa por la cabeza» son las cogniciones. Así, por ejemplo, como ya es sabido, las depresiones estacionales dependen de los cambios de luz solar, que es una información que entra a formar parte de las cogniciones del sujeto a través de los sentidos. La palabra «cognición» (de cognoscere, «saber») significa en psicología apreciación, percepción y evaluación perceptivo-sensorial, emocional o racional del entorno, al margen de su intelección racional. Podemos comprender que se siente por algo. No es posible sentir por nada. Los mecanismos neurobiológicos se ponen en marcha por algo, no porque sí. Así, todo lo que sentimos depende de lo que percibimos, de las cogniciones. (No hay que confundir «cognitivo» con «cognoscitivo». En este segundo caso el individuo es consciente de lo que sabe y percibe.)

Por regla general, solemos repasar aquello que escribimos. Procuramos no repetir excesivamente la misma palabra o que los signos de puntuación estén bien utilizados. Algunas veces, pensamos en nuestra manera de expresarnos o la corregimos. Intentamos que los demás nos comprendan, aunque sólo sea por no tener que repetir el mensaje. Pero rara vez nos proponemos aprender a pensar mejor. Con eso de que el pensamiento es libre y de que nadie se entera, parece que nos sea indiferente pensar de una manera o de otra. Sin embargo, lo que sentimos, y nos queremos sentir bien, no depende de cómo escribimos ni de cómo hablamos. Lo que sentimos depende de lo que pensamos, y a eso no nos dedicamos. Somos unos auténticos analfabetos de lo cognitivo, o al menos un tanto bárbaros. Veamos un ejemplo simple y común: ante una avería en la lavadora o en el coche, ¿quién no ha pensado: «¡Qué desgracia... y en qué mal momento!», como si hubiera algún buen momento para estas cosas o no fuera un hecho natural y previsible? Sin embargo, todo lo que sentimos depende de las cogniciones, ¡y queremos sentirnos bien!

Sufrimos emocionalmente en exceso cuando tenemos pensamientos anticipatorios negativos, es decir, padecemos por aquello que no está sucediendo. Sufrimos excesivamente cuando acumulamos acontecimientos o circunstancias adversas, sumando percepciones y valoraciones negativas que de hecho no tienen nada más en común que el hecho de que suceden ante nosotros. También se produce un sufrimiento emocional excesivo cuando damos un valor negativo exagerado a los acontecimientos y los comportamientos propios o ajenos y cuando utilizamos conceptos excesivamente dramáticos (insoportable, inaguantable, insufrible, horrible, terrible) ante situaciones que no se merecen esos calificativos. Este padecimiento innecesario también se da en situaciones previsibles, pero que, por no estar presentes, no solemos esperar que sucedan y, cuando éstas inevitablemente suceden, no las recibimos como cosas más o menos habituales de nuestra de la vida. En fin, sufrimos emocionalmente en exceso cuando no percibimos las cosas de la vida como lo que son: cosas naturales de la vida. Ya lo decía Epicteto hace más de 1.900 años: «Las cosas son como son». No hace falta hacer inventos añadiendo más de lo que ya hay.

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