La Inteligencia Emocional

Sitio dedicado al estudio de la inteligencia emocional. Guía para mejorar nuestra salud mental y sicológica, disminuir el estres, aumentar la felicidad y el bienestar.

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Ayudar al menor a mejorar su índice de Felicidad

Publicado por Gonzalo Hernandez |

Mejorar la Autoestima

La autoestima de los seres humanos depende en buena medida de cómo nos va la vida. O dicho de otro modo, de si logramos los objetivos que nos marcamos o no. Para ayudar a mejorar la autoestima de los menores es importante ayudarles a establecer unos objetivos priorizados y realistas y a asumirlos, es decir, ayudarles a que la vida les vaya bien. Esto empieza por un suficiente descanso. El día comienza a la hora de irse a dormir. El día no se vive de igual manera si no se ha descansado lo suficiente. Tanto el rendimiento físico como el intelectual suelen verse afectados por la falta de un descanso adecuado y a medio plazo también se ve afectado el rendimiento emocional, pues aumenta la somnolencia y la irritabilidad, así como las dificultades de atención y concentración.

Podríamos decir a los padres de un joven que no va bien en sus estudios que le proporcionen ayuda psico-pedagógica individualizada. Si persiste el bajo rendimiento, podemos recomendarles que cambie de estudios. Si sigue igual, podemos recomendar que deje los estudios y que se ponga a trabajar con tal de que lo que haga le vaya bien. Supongamos, por un momento, que en un primer trabajo tampoco va bien, ni en un segundo y que, aconsejado por sus padres, se dedica a hacer la vertical y ahí sí le va bien. Pues ¡que no lo deje! Sin duda, lo importante es que la vida les vaya bien.

En relación con la actividad del menor hay que señalar tres cuestiones que nos parecen de lo más importante:

• la existencia de un bajo o insuficiente rendimien to académico en un gran número de alumnos,

• el alto coste emocional que esto comporta,

• la causa principal de esta situación, a diferencia de lo que algunos pudieran pensar, no es una insuficiente capacidad intelectual de nuestros menores; el principal motivo de que se den estos bajos rendimientos académicos es, en la mayoría de los casos, que los afectados no estudian o no estudian lo suficiente.

Los adultos somos capaces de conseguir que todos los niños estén escolarizados y que casi todos asistan a clase. Dicho de otro modo, mientras son escolares, no hay excesivo problema. El problema aparece a partir de quinto curso de primaria, hacia los 10 años, cuando los niños deben pasar de ser escolares a ser estudiantes. Los adultos llegamos a conseguir que los menores «soporten», más bien que mal, cinco o seis horas de clase al día, pero no que adquieran un mínimo hábito de estudio. Seguramente estamos casi todos de acuerdo en que un estudiante debe aprender, muy principalmente, estudiando y estudiando bien. A largo plazo, un profesional que se precie, sea del sector que sea, debe seguir estudiando para estar al día en las cuestiones que le atañen. Un niño de primer curso de primaria, a fin de adquirir un adecuado hábito, debería realizar trabajos o deberes durante diez minutos todos los días lectivos durante todo el curso. Es un objetivo posible y realista. Así aprende que su jornada académica empieza por la mañana al llegar a la escuela y finaliza en casa o en la biblioteca al acabar ese trabajo de diez minutos. Enseñarle a sentirse satisfecho por el esfuerzo y la constancia frente a sus preferencias por divertirse, por el beneficio más inmediato, debe convertirse en el segundo objetivo. Algo así como enseñarle mientras está realizando el esfuerzo, a hacerse la pregunta clave de «¿Cómo te sientes?» para poder responderse la respuesta clave de «¡Bien y satisfecho!». Enseñar las ventajas emocionales del esfuerzo y la constancia facilita, sin duda alguna, el cumplimiento de propósitos y ayuda a mejorar la autoestima.

A este niño que ha finalizado así el primer curso de primaria no debe costarle acostumbrarse a hacer trabajos o deberes todos los días lectivos, durante unos veinte minutos, a lo largo del segundo curso. En tercero de primaria, media hora diaria sería un objetivo realista, así como tres cuartos de hora en cuarto. Una hora de deberes y ya de estudio en quinto y hora y cuarto en sexto pueden facilitar una entrada en secundaria con unos buenos hábitos de estudio, esfuerzo y concentración. En los dos primeros cursos de secundaria, el tiempo dedicado al estudio puede variar entre hora y media y dos horas al día, y en los dos últimos entre dos y dos y media, siempre repartidas preferentemente en los días lectivos. Las tres horas de estudio diarias en posteriores estudios no deberían ser un problema.

Las horas dedicadas a recibir clases deberían ajustarse a ser las mínimas que permitieran estudiar. En cualquier caso, la dedicación de los profesores debe dirigirse a tutorar de forma cotidiana a sus alumnos, ya sea una vez reducidas las horas de clase, ya sea por la utilización de métodos interactivos para aprender, el uso de nuevas tecnologías, etc. Hoy nos parece bárbara la lección magistral de historia, por poner un ejemplo, de miles de profesores en miles de escuelas que emplean miles de horas para explicar aquello que a través de los libros o, si se prefiere, de la tecnología audiovisual puede proporcionar a los alumnos una información similar y, por tanto, ayudar a liberar buena parte de esas horas para dedicarlas a tutoría o a la educación emocional de los alumnos, por seguir con el ejemplo.

Perdonará el lector tamaña, pero sin duda necesaria, excursión mental. Todo lo que quería decir es que se hace necesario proporcionar a los menores unos objetivos realistas y priorizados, ayudarles a que la vida les funcione. Nos podemos imaginar lo que puede representar emocionalmente para un niño que no va bien en la escuela tener ese permanente sentimiento de fracaso durante días, semanas, meses y años. Pero también quería destacar el necesario debate de la función de la escuela en la actualidad, pues no parece estar en la línea de cumplir con los objetivos que debería. Probablemente debamos cuestionarnos los objetivos y la función de la escuela y de sus profesionales en el siglo xxi, puesto que en la actualidad rigen los criterios básicos del XIX.

Volvamos, pues, a lo que íbamos. Una vez encauzada la actividad escolar, debemos ayudar al menor a definir y poner en marcha el resto de sus objetivos: actividad física, relaciones sociales, actividades lúdico-culturales, etc. Sin duda, no se trata de presionarle con múltiples obligaciones, pero sí de estar adecuadamente activo en aquellas actividades que puedan proporcionar posibles fuentes de éxito. A estas alturas, por ejemplo, ya están demostrados los beneficios de una adecuada actividad deportiva. Y nos referimos a las consecuencias que tiene la práctica sistemática del ejercicio físico estructurado sobre el estado emocional de las personas, más allá de los otros beneficios ya conocidos, como las repercusiones puramente físicas o en las relaciones sociales. La diversificación de actividades y fuentes de interés también tiene sus connotaciones positivas, pues nos puede servir para relativizar la importancia de los diferentes aspectos de nuestras vidas. Si una persona se dedica a un solo objetivo y no le van bien las cosas, se suele venir abajo. Es importante proporcionar a los menores un abanico de actividades suficientemente amplio.

Por último, basándonos en las pautas educativas descritas con anterioridad, los comentarios que hacemos al niño o adolescente deben ser de alabanza, elogio, reconocimiento, aceptación y demostración afectiva. Se debe enseñar al menor a no juzgarse y sí a reconocer sus propios aspectos positivos. Con ello se contribuye a la mejora del concepto de sí y, al mismo tiempo, a establecer unos parámetros de valoración de sí mismo que le serán de suma utilidad en el futuro. La autoestima en los niños depende básicamente de esos tres elementos: de cómo le vaya la vida, de la opinión que sus mayores tengan de él y de lo que aprenda a valorarse a sí mismo. La autoestima, por encima de todo, es auto, es decir, propia, y, por tanto, depende de lo que uno piense de sí mismo, de que se perciba positivamente y de la cantidad de tiempo que disponga de una opinión favorable de sí mismo. Algunas personas pueden pensar que de esta forma se fomenta una personalidad narcisista, por aquello de si no estaremos contribuyendo a una exagerada o excesiva autoestima. La autoestima nunca es excesiva; en todo caso, hay una falta de valores. El límite de la autoestima está en la práctica de unos adecuados valores. No es excesiva o exagerada si se practica la empatia, el respeto, la tolerancia y la honestidad (véase el Articulo 5).

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